El 6 de agosto a la mañana, Carolina Hernández Ramírez, activista nicaragüense y líder del Movimiento Nacional Frente a la Minería Industrial, salió a escondidas de su casa en la comunidad rural de Mina la India, una de las zonas más ricas en oro de Nicaragua.

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Llevó su ropa en un bolso disimulado con una manta negra. Su hijo mayor de 20 años, Jorge Luis, la acompañó a la parada del ómnibus. Evitaron saludos para que no pareciera una despedida y despertara sospechas de una huida. Carolina había recibido amenazas de un oficial del grupo antimotines el año pasado: le dijo que iría a la prisión del Chicote. Fue cuando ella y otras mujeres bloquearon el trabajo de excavación de la empresa canadiense Condor Gold que busca oro desde 2011 sin consentimiento de la comunidad e irregularidades en las operaciones.

Mina la India es un pueblo de trescientas viviendas y cinco mil habitantes en mil hectáreas. Una parte de los hombres de la región se organizan en cooperativas para la extracción manual del oro desde hace ochenta años. Utilizan sus manos y motores para separar la tierra del mineral precioso que se vende en tres tiendas. El marido de Carolina, Jorge Luis, extrae un promedio de cincuenta gramos de oro en seis días, el equivalente a mil dólares. El valor final que le queda es de ciento sesenta dólares. Con eso viven ellos y sus tres hijos.

Carolina llegó a Managua después de cuatro horas de viaje y de ahí se fue al aeropuerto internacional para sumarse a otros dos militantes de la Caravana de Solidaridad con Nicaragua: Ariana McGuire Villalta, de la Coordinadora Universitaria por la Democracia y la Justicia, y Yader Parajón del Movimiento Madres y Familiares de Abril; él es hermano de una de las víctimas que murió en las protestas estudiantiles.

La caravana ya pasó por Perú, Chile, Argentina y Brasil, donde se reunieron con entidades de la sociedad civil, movimientos sociales, representantes legislativos y prensa internacional para exponer las violaciones a los derechos humanos y abusos a manos del Estado que dirige Daniel Ortega.

Carolina no tenía en sus planes viajar. Y dice que se encontró con una contradicción interna: quería seguir siendo el apoyo diario de su familia pero también expandir la militancia por la que la habían elegido. Ella era una de las pocas que tenía pasaporte y el empuje de su marido. “Él y mis hijos me dijeron que era una oportunidad única ir a la Caravana, que lo hiciera por la comunidad”. Al día siguiente, se despertó convencida de que su destino seguía siendo el movimiento nacional.

Si bien pasó por la universidad donde estudió computación, Carolina nunca había adherido a ningún tipo de participación política ni social. Y cuando menos lo esperaba, se hizo defensora del medio ambiente en su entorno más cercano.

Una tarde de siesta, que es el único momento que tiene para ella, escuchó unas maquinarias perforando la tierra a unos cien metros de su casa, y sintió un polvo y olor fuerte que no dejaban de circular. A los días, una vecina se quedó sin agua en el pozo y no pudo calmar la sed de sus vacas. Era el 2011, el primer año en que la Condor comenzó a explorar. “Yo tenía 29 años y al saber de las intenciones de extraer el oro industrialmente, no pude quedarme callada. Me salió una valentía que no me deja medir ni el riesgo de mi vida. Es por la patria libre”, dice con convicción de militante nata y un pañuelo blanco y azul en el cuello que le tapa la agresión que recibió en una de las manifestaciones de bloqueo a las excavaciones ilegales en 2017.

Nicaragua, que dio uno de los cánticos revolucionarios a la historia de América Latina, “El Pueblo Unido, jamás será vencido” (de Carlos Mejía Godoy), cumplió hace poco 39 años del fin de la dictadura de Somoza. Y resulta irónico que los mismos que lideraron aquel movimiento, hoy estén dando desbordadas señales de represión en la figura de Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo, la vicepresidenta.

Desde abril, el mundo abrió los ojos sobre ese pequeño país que tiene por vecina del norte a Honduras, donde se registran los homicidios más violentos del planeta: uno de ellos fue el de Berta Cáceres por defender los ríos.

La manifestación estudiantil del último 18 de abril en Managua contra los recortes en las jubilaciones y el incremento de las aportaciones obrero-patronales al Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (INSS) abrió un capítulo de tres meses de insensata matanza que ya se llevó a más de trescientas víctimas. Según Amnistía Internacional hubo ejecuciones extrajudiciales con conocimiento del presidente.

Como en otros países de América Latina, lo que ocurre en la vida rural poco se sabe en la vida urbana. “Casi nada de lo que pasa desde 2011 con esta empresa canadiense en nuestro suelo se supo en los medios de Nicaragua”, remarca Carolina en entrevista para Las12, en Río de Janeiro.

La mayoría de las mujeres son amas de casa que acompañan la economía regional de extracción desde las tareas diarias. A la par de los hombres, ellas se levantan a las cinco y media para preparar el desayuno y las viandas, y se acuestan luego de la cena. La Condor había levantado algunas firmas golpeando a las puertas. Sin saber muy bien de qué se trataba, algunas mujeres firmaron el consentimiento de exploración. “Pensábamos que harían estudios más lejos, por los cerros. No sabíamos los daños que todo eso causaría”. Después de unas reuniones con el Centro Humboldt, una organización que promueve la gestión sostenible del Medio Ambiente y fomenta la participación activa de las comunidades, Carolina comenzó a organizarse.

“Me junté con veinte vecinas y empezamos a actuar en red. Aquel día, salimos de las oficinas de la Condor Gold enojadas. Y los funcionarios se quedaron sorprendidos de nuestra actitud. Muchas de nosotras estábamos con nuestros pequeños hijos. Usamos los celulares, el Facebook y fuimos puerta por puerta para avisar a los vecinos y vecinas lo que estaba pasando y que no firmaran nada.”

Durante los meses que siguieron, a Carolina y compañeras se les sumaron algunos varones. Armaron encuentros barriales, charlas sobre medio ambiente, legislación en caso de proyectos de infraestructura y riesgos ambientales. El Movimiento Comunal de Santa Cruz de la India nació en 2015 y Carolina asumió como vocal.

Una de las pocas apariciones en la prensa que tuvo Mina la India fue durante las protestas entre agosto y noviembre de 2017. Las vecinas bloquearon la exploración minera que la Condor Gold intentaba comenzar a cien metros del casco antiguo contrariando así la ley sobre exploración de minas. En la galería de fotos de su celular, Carolina guarda imágenes de las grabaciones de esos días, atrincheradas frente a las fuerzas antimotines y policías. “Durante tres meses organizamos turnos rotativos: de 6 de la mañana a 6 de la tarde, nosotras, y en la noche, los hombres.”

La complicidad entre la empresa minera y el gobierno se hicieron evidentes cuando, el 13 de julio, día de paro nacional en Nicaragua, la Condor Gold hizo una consulta en la comunidad para presentar los resultados del estudio de impacto ambiental de la mina a cielo abierto que pretendía construir a menos de seiscientos metros. De esa forma, incumplía el mínimo mandato que dice la ley. “Eso muestra la impunidad. Dijeron que se trataría de minería verde y que nos darían casas a siete kilómetros. Pero esto es nuestro y tiene un valor sentimental que construimos después del Huracán Mitch de 1998 que devastó a Honduras, Guatemala, el Salvador y parte de este país. Mi marido y yo juntamos dinero en Costa Rica durante ocho años para ampliar la casa. “¿Qué les hace creer que aceptaremos la explotación de una mina a cielo abierto debajo de nuestros pies?” se pregunta Carolina, abriendo el expresivo contorno de sus ojos negros y subiendo el tono de voz.

El mes pasado una noticia rebasó todas las anteriores: se aprobó la autorización ambiental para el inicio del proyecto minero en un procedimiento mentiroso. La empresa convocó a personas que no eran del lugar. Carolina agarró la cámara y comenzó a filmar la escena montada. “En medio de tanta confusión, gritos, sin antecedentes de estudios de impacto ambiental divulgados, fui hasta las cajas de sonido y desconecté todo”, recuerda. Era la forma que encontró de que no hablaran más.

Todavía no saben lo que va a pasar. “Los trabajos no han comenzado pero el peligro está latente. Haremos lo que sea, pues. Como dicen en mi país, nos han robado tanto ya que hasta el miedo nos han quitado.”

Leer noticia original en Página Las 12

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