La pandemia ha venido a estremecer todos los cimientos en los que se sostiene la humanidad. Los cimientos humanos, pero también los económicos, sociales, tecnológicos, culturales, políticos, financieros y espirituales. La humanidad entera está experimentando un derrumbe de realidades tan esenciales como la vida misma y la institucionalidad que se ha erigido como paradigmas dominantes.
La gente se siente amenazada. Percibe que en cualquier momento puede ser infectada, y todos los paradigmas están amenazados de un derrumbe estrepitoso. Como se ha dicho en estos días, el virus no discrimina, pero se inserta en una sociedad y en una humanidad organizada desde la discriminación y la desigualdad, y una vez más, la pandemia afecta más a la gente desprotegida. Dicen que, en Estados Unidos, el 34 por ciento de los infectados son latinos, solo para notar un ejemplo.
I) En el caso de Honduras, tras un mes de emergencia y de toques de queda, la situación nos sitúa ante tres realidades vinculantes entre sí.
1.- La primera es la realidad misma de la pandemia. En sí misma es una amenaza y un peligro que nos coloca en un estado de expectación, ansiedad e incertidumbre. Aunque no sabemos los alcances y las consecuencias, a lo largo de las semanas, la situación de vulnerabilidad del sistema sanitario y de la institucionalidad del Estado, advierten de la gravedad humana y social que adquirirá la pandemia en el país. Somos una nación con una institucionalidad precaria y vulnerable que la incapacita para responder a sus desafíos humanitarios, sanitarios y sociales ordinarios, menos todavía para hacer frente a una emergencia de la envergadura que tiene esta pandemia planetaria. Si el año pasado el dengue –que debía ser una enfermedad prevenible y controlable– dejó centenares de muertos y miles de contagiados, hasta convertir a Honduras en el país con el más alto nivel de afectación por esta enfermedad tropical, no podemos ni imaginar el costo humano y mortal de una pandemia como el COVID-19.
La incertidumbre y miedos aumentan cuando a la par de las precarias condiciones institucionales para responder a las demandas sanitarias, recibimos noticias de la mortandad cotidiana que ocurren en Italia, España o Estados Unidos, países considerados entre los de más alto nivel de desarrollo institucional en la atención sanitaria que se conoce en todo el planeta. Crece todavía la ansiedad a lo que todavía es desconocido, cuando se escuchan oráculos que advierten que lo peor está todavía por venir. Esta realidad se eleva como un problema grave y desconocido que se avecina con toda su incontrolable furia y proporciones desconocidas e imprevisibles que nos deja pasmados, y al reducir toda respuesta a vivir en el encierro y a lavarse constantemente las manos, genera todavía más miedo y angustias colectivas.
2.- La segunda realidad es la capacidad instalada que existe en nuestro país para responder con mínimas competencias a esos enormes desafíos de la emergencia sanitaria, la cual es de tan altas proporciones que requiere poderosas capacidades para ponerse a un nivel mínimo de responsabilidad. Se requiere una institucionalidad y unos equipos conductores que tengan una alta capacidad de liderazgo para saber informar, orientar, animar, advertir, impulsar, coordinar y conducir el proceso conforme a las necesidades de movilización y respuestas que se requieren en una situación de emergencia y de inestabilidad como las que ha provocado el Coronavirus.
Sin embargo, el liderazgo que conduce la actual emergencia es el más contrario al que hoy se necesita. Ni tiene capacidad profesional, ni experiencia, ni responsabilidad ética para conducir este proceso. Es el liderazgo con el más bajo nivel de credibilidad y confianza que históricamente un sector oficial ha tenido frente a la ciudadanía, en el marco de un gobierno con el más bajo nivel de legitimidad. La gente, mayoritariamente, no cree en este sector oficial que lidera Juan Orlando Hernández, y le tiene una altísima desconfianza. Y no es para menos. El morbo de alguna gente se atreve a decir que las personas que están en los anillos más cercanos a Casa Presidencial y sus decisiones, son los más interesados en protegerse del virus porque tienen mucho que disfrutar una vez que pase todo esto, porque la emergencia los coloca ante unos montos de dinero tan altos que se convierte en el botín que jamás se pudieron imaginar. Y esto que ya han saqueado hasta la saciedad, como ha quedado establecido en varios informes independientes y demandas que diversos sectores han presentado ante un Ministerio Público que se ha hecho de oídos sordos. La presión social porque se investiguen los innumerables casos de corrupción y saqueos que involucran a todos los miembros del anillo más cercano al presidente de la República, incluyendo, por supuesto su círculo familiar.
La emergencia del Coronavirus ha empatado con un equipo de gobierno que en los años recientes ha sido vinculado con datos objetivos en los mayores saqueos de las instituciones públicas, comenzando por el multimillonario saqueo del Instituto Hondureño de Seguridad Social; de igual manera, un gobierno que conduce la administración del Estado tras resultados electorales tan dudosos que mucho más de la mitad de la sociedad valora que el gobierno actual accedió por la vía de un fraude y se sostiene en base a la militarización y política generadora de miedo. Y para colmo, un gobierno con datos objetivos de estar vinculado con el narco negocio a gran escala.
A Honduras le ha tocado en suerte el peor equipo de gobierno para encarar tan ingentes tareas que ha desatado la actual emergencia sanitaria. Hemos de recordar que lo primero que hizo este equipo de gobierno tras tener la información de la inminente presencia del virus en territorio nacional fue aprobar una multimillonaria cantidad de dinero que alcanza la cifra de más de 12 mil millones de lempiras, lo que de inmediato despertó la sospecha en la ciudadanía de que para el equipo de Juan Orlando Hernández, la emergencia se ha visto como la más espléndida oportunidad para el saqueo más grande que hayamos conocido en nuestra historia política de corrupción. A esto se añade que los profesionales de salud más competentes y las personas con más capacidad para conducir una emergencia en los planos sociales, económicos y arquitectónicos, se encuentran fuera del gobierno, y han sido excluidos de toda participación. A la aprobación inicial de recursos, siguieron otras aprobaciones, donaciones y préstamos internacionales, mientras en los hechos la atención de salud directa ha sido tan raquítica que el malestar y descontento del personal de salud en los diversos centros hospitalarios advierte de una eventual desbandada médica con el válido argumento de que, si no se tiene ni las mínimas condiciones para la autoprotección, menos para estar en capacidad de atender a los pacientes. “Queremos atender a los pacientes, y no ser unos pacientes más”, resumió uno de los centenares de médicos descontentos por no contar con asistencia de equipo básico de bioseguridad.
En varias ocasiones se han elevado propuestas nacionales para que la conducción de la emergencia sanitaria se deposite en el Colegio Médico de Honduras, pero a cinco semanas de la emergencia, poco o nada se ha avanzado en la atención a las demandas: de igual manera, se ha propuesto que el Foro Social de la deuda Externa de Honduras (FOSDEH), junto con el Colegio de Economistas y el Consejo Nacional Anticorrupción (CNA), se responsabilicen en la elaboración de un sistema independiente y transparente de rendición de cuentas, pero a más de dos semanas de la emergencia es como si nadie del gobierno escucha propuestas sensatas. Pero esta rendición de cuentas se ha depositado en el Foro Nacional de Convergencia (FONAC), una instancia que se ha revivido luego muchos años de haber sido apenas unas siglas sin sustento, conducida por la Asociación para una Sociedad más Justa (ASJ), instancia que se autodenomina representante de la sociedad civil, que a su vez es la contraparte hondureña de Transparencia Internacional, que se mueve con generosos fondos del gobierno de los Estados Unidos y con asesoría directa del Departamento de Estado, y cuya función es acompañar la administración pública desde dentro, con consejería y recomendaciones, y defenderla ante los cuestionamientos de sectores políticos, sociales, económicos, populares y gremiales opositores.
3.- La tercera realidad, el encierro se va asociando al hambre de la gente. Dicen que el virus se mueve si la gente se mueve, que la prevención más efectiva es que al lavado de manos se una el encierro, el confinamiento en las casas. Y al decirlo los expertos en salud, hemos de convencernos de su veracidad. Cada vez más gente es consciente y lo hace. El gobierno se ha encargado de facilitar este encierro a través del decreto del estado de excepción y de los toques de queda, que en los municipios en donde van apareciendo más casos, se convierten en toques de queda absolutos. Sin embargo, el encierro se corresponde con una sociedad que, de acuerdo a los economistas, en un 70 por ciento vive de la economía informal. Comer hoy depende de lo que venda hoy. Si no vendo o si no limpio un solar este día, si no logro carreras en el taxi, si se paraliza el transporte interurbano, y no conduzco el bus de pasajeros, me quedo sin ingresos para mi auto subsistencia del día. Muchas mujeres no tienen ninguna otra alternativa que seguir con su venta de tortillas, aunque eso las exponga al virus y a las amenazas de la policía. Si dejan de vender tortillas exponen a su familia al hambre, y eso es lo que la gente manifiesta crecientemente luego de varias semanas de encierro obligado.
II) Responsabilidad personal.
Esto es sin duda uno de los mayores aprendizajes de esta crisis. Es cierto que la humanidad entera está amenazada, y que a saber dónde ha tenido el origen la pandemia. Pero que esta pandemia solo se puede detener con responsabilidad personal es lo que más parece estar aprendiendo la gente en estas semanas de reclusión. Ese aprendizaje es el que más ha costado asumir, y el que en estos días ya ha ido calando en mucha más gente. Cuando apenas se cumplía una semana de confinamiento, había voces que no solo no hacían caso a la advertencia del encierro, sino que se burlaban de la existencia de la pandemia. O la veían a lo lejos, es en China, España, y luego en Estados Unidos. A partir de las dos semanas, cuando las noticias ya no eran solo en otras latitudes, sino se conocían de casos dentro del país, y en ambientes cercanos, el encierro se fue convirtiendo en un aprendizaje: no hay manera de salvarnos si no es a partir de responsabilidades personales.
III) Hambre y caos versus responsabilidad personal.
La responsabilidad personal no se puede desvincular de la precaria situación mayoritaria de la gente. Es cierto que hay sectores que se encierran y tienen todo o al menos lo básico para sostenerse. Pero esa es una población minoritaria. No es lo que experimenta la inmensa mayoría de la gente. En estas semanas ha habido un progresivo encuentro dramático entre la incertidumbre ante lo imprevisible que se viene encima, y la necesidad de comer que experimentan crecientemente las familias. La mayoría de la gente vive al día, “coyol partido, coyol comido”, y al llamado a encerrarnos aflora progresivamente el “sálvese quien pueda” que tanto ha alimentado el sistema que hoy se encuentra en crisis ante el emergente valor de la solidaridad.
Una pregunta hecha a tres mujeres que vendían tortillas a la orilla de una calle de la ciudad, si no tenían miedo de estar expuestas a ser infectadas, una de ellas respondió: “Claro que tenemos miedo. A nosotras nos va a pegar ese virus. Pero qué quiere que hagamos, con esto que hacemos tenemos para llevar algo de comida para los niños. Si no hacemos tortillas, nos morimos de hambre. Tenemos miedo que nos contagien, y tenemos miedo a que la policía venga y nos tire los canastos, porque la gente pobre somos la que pagamos más caro en este mundo ingrato”.
Apenas terminaba la primera semana de toque de queda, y ya se comenzaron a asomar los primeros brotes, todavía aislados, de gente que salía a las calles y carreteras a pedir comida. Al finalizar la segunda semana, ya se conocían los primeros saqueos de camiones, y gentes apostadas en esquinas, listas para caerle a todo lo que oliera a sacos de comida. Al terminar las primeras cuatro semanas, los signos de saqueos aumentaron. En Choloma la zona industrial y de maquilas más importante del país– hubo manifestaciones específicas de población metiéndose en supermercados, y las respuestas fuertemente represivas de los cuerpos armados. Mientras tanto, el gobierno sigue regalando pequeñas “bolsas solidarias”, mayoritariamente a sus activistas y seguidores, muchas de ellas con el rostro del presidente de la República. “Aquí le traemos –decía un video que captó la escena—esta bolsa de alimentos, con mucho cariño de parte del abogado Juan Orlando Hernández…”. El amenazante aumento del contagio del Covid-19 va en proporción directa al aumento del hambre de la gente.
Esa combinación es catastrófica, nos conduce a un caos, a una tempestad incontrolable. La respuesta oficial a la emergencia sanitaria está prevista: será muy pobre, no existe ninguna capacidad instalada para atender todas las demandas de contagios, lo que agravará la situación con el correr de los días. Y la respuesta oficial a la demanda de comida será a dos bandas: se darán raciones de alimentos fundamentalmente a activistas del partido del gobierno, y se responderá con fuerza policial, y sobre todo militar, a los brotes y presiones de gente hambrienta en las calles y lugares públicos, bajo el argumento de que la población debe seguir encerrada para evitar más contagios. El encierro es buena medida preventiva. Pero para una población que mayoritariamente vive de lo que consigue en el día, el encierro y responsabilidad personal no pueden remontar nunca el mal consejo de un estómago vacío.
IV) Solidaridad, como tarea espiritual:
Nunca como en estos aciagos días habíamos tenido más consciencia de que somos una humanidad con inmensas expresiones de solidaridad. Y que podemos convertirnos en humanidad solidaria. Esas reservas las estamos sacando en estos días, justamente cuando estamos en el encierro. Esas paradojas de la vida, que cuando hemos andado por los espacios públicos, en oficinas y en trabajos en equipos o en corporaciones, hemos acentuado lo negativo, los encierros, los individualismos. Esa ausencia de solidaridad nos condujo progresivamente a un mundo amenazado, y se precipitó con la pandemia.
Queda clara la lección: ni los bancos, ni las multinacionales, ni el poder de los de la derecha ni de los de la izquierda, ni la tecnología, ni el extractivismo, ni el militarismo, ni las drogas, ni el milagrerismo de religiones bulliciosas, nos salvan. Al contrario, nos han conducido a que se precipitara el derrumbe. Y la lección queda abierta: solo la solidaridad salva, solo la solidaridad establece puentes, solo la solidaridad nos descubre como humanos y humanas desde la diversidad de culturas, lenguas, mentes y corazones. Solo la solidaridad nos puede reinventar, a partir de detalles, de pequeñas y cotidianas expresiones. Solo la solidaridad ablanda los corazones, por muy duros y tóxicos que sean.
La solidaridad convertida en propuestas sociales, políticas, económicas, culturales y espirituales, nos espera a la vuelta de la esquina para quienes hayan sobrevivido a los espantos de esta emergencia. Convertir esta pandemia en una esperanza que históricamente se va construyendo, es la tarea espiritual más gigantesca.